"De alguna manera esto que os cuento me ha sucedido".



martes, 27 de abril de 2010

2. De patrias y otras mentiras.

“No sé si se pueda ser ciudadano del mundo,…
Pero tal vez deberíamos aspirar a ello.”
     Supuestamente, todos tenemos una patria. Nos la asignan en el momento de nacer. Tu patria, por lo visto, es el lugar donde naces. Más concretamente: “Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”. No lo dice uno, lo dice el diccionario de la Real Academia Española. En lo que a mí respecta… alguna carencia debo de tener cuando nunca he sentido esos vínculos que se supone se deben sentir por definición. Será falta de calcio, de hierro, tal vez algo que comí,… El caso es que servidor no ha tenido nunca nostalgia de la patria, del país, ni siquiera ahora, que me he mudado con todo y gato a vivir a México. Nunca, ni en los momentos más difíciles, los de mayor fragilidad, he extrañado “mi país”. A mi gente sí, a veces, cuando uno recuerda esta o aquella anécdota o se topa uno con algo que le recuerda a alguien… y siente entonces un huequito acá adentro.

     Esto me hace pensar, vale decir me constata, algo que ya intuía hace tiempo y que puse negro sobre blanco un polvoriento atardecer en el sur de la India: “los países son mentira, sólo la gente es verdad”. En mi modesta opinión, la patria, el país de cada uno, es un algo inventado, impuesto, que nos hace peores,… nos limita. Los países terminan y empiezan, además, en fronteras… y las fronteras son lugares mentirosos, irreales, falsos, que potencian la diferencia, el miedo, el rechazo y el desprecio al distinto, al débil,... lo peor del hombre, no como antónimo de mujer, sino como sinónimo de ser humano.

     México, en esto de las fronteras, es un ejemplo paradigmático de la locura que suponen, de cómo pudren el espíritu y acaban con la dignidad de cualquier pueblo: Al norte, en su frontera con Estados Unidos, los mexicanos son literalmente cazados por grupos de gringos excombatientes y subnormales que se organizan perfectamente como si salieran a cazar canguros,... literalmente. Al sureste, en su frontera con Guatemala, son mexicanos los que roban, violan y asesinan a emigrantes procedentes de los países más al sur. Increíble, ¿verdad?, Y paradigmático también. Así somos. El débil siempre pierde en las fronteras. ¿Debería existir un lugar así?

     España,... otro triste paradigma. Durante años, sobre todo durante la dictadura, fuimos el trasero de Europa y emigrábamos allá donde pudiéramos ganarnos un mendrugo de pan o salvaguardar el pellejo: Francia, Alemania, México, Argentina,… Tantos sitios. Ahora, ya considerados europeos de pro, se nos ha puesto a todos cara de gilipollas y miramos con miedo y con desprecio a los emigrantes que llenan nuestras calles… nosotros, que siempre presumimos de ser un país acogedor. Ahora se nos estira el gesto y olvidamos. ¡Qué poca memoria tenemos, carajo!

-Mi patria es allá donde planto mi sombrero.

     Lo había dicho, grandilocuente, un sucio y desaliñado turista quemado por el sol, que a pesar de tener dos kilómetros de desierta playa para elegir butaca, vino a sentarse a mi lado, hombro con hombro, a ponerme al día sobre sus itinerarios e intenciones, con su aliento a whisky barato.

-... Soy un ser libre, y ahora mismo, mi patria es esta playa. -dijo después, dejando ceremoniosamente el raído sombrero en la arena.

-Pues va a resultar que somos compatriotas, porque mi patria es allá donde planto mi trasero. -Repuse amigable, tras mirarle unos instantes de reojo, señalando con un dedo mis posaderas.

     No debió gustarle tanta hermandad a mi nuevo amigo porque en ese mismo instante se levantó resoplando, recogió su sombrero y se dispuso a fundar una nueva patria a unos treinta metros de donde yo estaba... dejando claras las fronteras.

     Allí me quedé, tranquilo al fin, con la vista clavada en el mar, como tantos atardeceres en Baamul, cuando el sol se va haciendo el despistado y, en un descuido, te deja a solas con tus realidades. A veces, a esas horas, miro al este y con un esfuerzo en los ojos, me asomo al horizonte y pienso:

-Allí están ellos, ellas,... todos.

     Y la vista se me queda, por un lapso, colgada en el más allá, imaginando qué haréis, qué andaréis viviendo, permitiéndome un trocito de nostalgia, ese sentimiento tierno que en pequeñas dosis calienta el corazón y te recuerda quién eres. Pero debe uno tener cuidado de no querer quedarse abrazadito al recuerdo. La vida no espera... y el presente es muy celoso del pasado. Así que, en un rato, me desperezo, y sintiendo nítida la arena bajo mis pies, os saludo con cariño y vuelvo a mis quehaceres. Otras veces, simplemente sigo mirando al mar, ya sin pensar en nada. Pronto tendré ese aire ovino que les anida en la mirada a aquellos que miraron demasiado tiempo el mar. Esa indiferencia, esa certeza.

     Todavía no sé bien qué es ser mexicano, pero empiezo a sentirme a mis anchas entre estos hombres y mujeres, recios y tiernos a un tiempo, de los que es fácil enamorarse y que resultan, a la sazón, los mejores anfitriones que he podido encontrar hasta ahora. Las mujeres tienen, en particular, esa dureza que imprime aquí la mera vida, pero aderezada con una sensualidad natural, sanguínea,... milenaria, que te hace sentir espuma en los huesos, mariposas en el vientre, con sólo verlas pasar,... hablar. Todo por aquí parece andar mangas por hombro e impregnado de un aire salvaje, indómito, que los hace todavía diferentes en un mundo globalizado y depredador que termina consiguiendo que todo sea tan igual, tan parecido,... tan soso.

     Dos chavales se sentaron a mi mesa una tarde en que andaba deambulando por Playa, perdiéndome en sus callejuelas, con la intención de conocer la ciudad un poco mejor, y terminé entrando en cualquier sitio a calmar la sed con un jugo de frutas. Robe, boliviano, chaparro y curtido por el viento y el sol, vestía una camiseta del Che. Tenoch, un tipo enorme, mexicano, llevaba cara de buena gente. Era evidente, venían guerreros, con ganas de amargarle la cerveza al primer güerito que se les cruzara,... y me tocó a mí. Tenoch, acostumbrado a llevar la voz cantante, tomó la iniciativa nada más sentarse:

-¿Eres gringo, güey?

-Hola,... soy Karlos.- Mi mano quedó suspendida en el aire por unos segundos, hasta que quedó claro que no iba a ser estrechada.

-No manches, güey. ¡Resultó gachupín el cabrón! ¡¡Estos mataron a nuestros antepasados mexicanos -se golpeó el pecho. -y bolivianos -señaló a su compadre. -y se quedaron con nuestro oro y nuestros pinches países!!

     Bien, se trataba de eso. Yo iba a pagar por las atrocidades de “El Descubrimiento” de hace más de quinientos años. Bien. Procurando aparentar firmeza y serenidad, les dije que no jodieran, que todo eso tenía tanto o tan poco que ver conmigo como con ellos y que de cualquier forma lo lamentaba tanto como ellos. Siguieron jodiendo. Les expliqué entonces que mis antepasados se quedaron bien quietecitos en España y que por eso, para bien o para mal, nací yo español, y que tal vez a aquellos españoles ladrones de oro y asesinos de indios deberían buscarlos más entre sus tátara-tátaras, por muy jodido y paradójico que resultara, que entre los míos, que nacieron y murieron sin salir, no ya de España, sino del pueblito que los vio nacer. Se miraron sorprendidos, ojiplatos. No daban crédito a semejante desfachatez. Pero en su foro interno sabían, sin entender muy bien cómo ni porqué, que el razonamiento tenía su lógica. Aprovechando su desconcierto y dirigiéndome directamente a Robe, añadí:

-De acuerdo, tal vez yo maté a todos los aztecas y a todos los incas,... hombres, mujeres y niños. Pero, entonces, por boliviano... ¡¡igual tú mataste al Che Guevara!!

     Robe quedó pavorido, patidifuso, acariciando inconscientemente su camiseta con la mano izquierda mientras nos miraba a su amigo y a mí, alternando su congoja. Instantes después, rompiendo providencialmente la tensión, Tenoch palmeaba la mesa entre sonoras carcajadas. Cuando pudo articular palabra, dijo al fin:

-¡Hijoeputa! Nos ha salido el güerito más listo que cabrón, pinche licenciadito. ¡Chinga a tu madre, güero,.. Chinga a tu madre! -ahora lo que palmeaba era mi espalda…

     Media hora más tarde, hechas las pertinentes presentaciones, andábamos por la tercera cerveza como compas de toda la vida, cotejándonos a corazón bebido, olvidadas ya las pinches patrias de cada uno y la madre que las parió a todas. A ellas y a sus fronteras.

 
Baamul, 2006.

2 dejaron su rastro...:

PazzaP

¡Qué carajo...!
Tú deberías escribir un libro entero con esas historias que te pasaron, siquiera para que tus amigos se solazen contigo.

Ya, no las consideras; o te quedaste sequito...

Tú sabrás, mijo, pero en cierta forma es como tener viandas para un glorioso guiso y dejar que se pudran en la fresquera.

Bueno, no importa: mi solaz ya ha sido y lo llevaré en la memoria mientras viva.

Gracias, amigo Kum*.

Organizador

eres un grande! felicidades. no a la patria!

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