"Hoy no hay nada que decir."
Me asomo tantito, sólo tantito, y el susurro del mar sale a mi encuentro. Y otra vez me quedo escuchando medio menso, como absorto, ese mantra que se trae el mar desde que aprendí a escucharlo, ese “…calma, relax,… calma, relax…” que redunda en sus idas y venidas, en su danza de ida y vuelta que es la respiración del mundo.
Y algo dentro de mí se prepara para estar así toda la vida. Ni modo.
Y algo dentro de mí se prepara para estar así toda la vida. Ni modo.
Entonces viene mi gato a restregarse el lomo entre mis pies y, como saliendo de un trance, porque de un trance me saca, me pongo a pensar que qué bueno, que otra vez estoy aquí, que lo mandé todo a la chingada de nuevo para estar de donde soy, para estar donde más me encuentro.
Y entonces, claro, llega otra vez el miedo y se sienta en mis rodillas con su sonrisa de medio lado mirándome como diciéndo lo que siempre me viene a decir. Y como vamos siendo ya el uno del otro amigos y perros viejos, lo saludo y le platico:
—Véngase conmigo a la playa, Señor Miedo, que allá es donde me estaba yendo ahorita que llegó usted.