"De alguna manera esto que os cuento me ha sucedido".



miércoles, 28 de abril de 2010

6. La lluvia, la vida y otras sorpresas.

          "Todo lo que tiene un principio... tiene un final."
          Oráculo en Matrix Revolution.
     Llueve quedo en Baamul. Y como en cualquier otro rincón del mundo, la lluvia tiene algo de renovación, de limpieza, como cuando las olas retroceden alisando la arena en la playa, tapando huequitos, borrando huellas. Igual la lluvia te limpia al caer dejándote listo para más vida.

     Sentado bajo una palmera, dejo que la lluvia me empape mientras escucho abismado ese susurro de agua y hojas que borra indiferente todos los sonidos del mundo. Alzo mi rostro, respiro hondo y disfruto de una cierta sensación de plenitud.

     Después de cinco semanas ininterrumpidas de viento del suroeste, fue un alivio ver cómo las nubes quedaban por fin en suspenso y se decidían a descargar suave sobre toda la rivera. Recuerdo como al décimo día de soplar fuerte, cuando parecía ya una eternidad, mientras luchaba con el aire racheado por amarrar prieto unas cortinas, me sorprendí pensando: “Pero de dónde demonios vendrá todo este viento y a dónde chingados irá con tanta prisa…”. Aún no sabía que nos quedaba otro tanto de agarrarse a las palmeras y sacar arena y sal hasta de los paladares. Así son las cosas por aquí en lo cotidiano, a lo silvestre, a todo dar. Estas tierras, estos mares, debieron de crearse cuando aún no se le había ocurrido a nadie el tal por cual de la moderación.

     En sus últimos coletazos, el viento había arrastrado unas nubes negras, densas, que lo cubrieron todo tiñendo la tarde de un gris metálico que espantaba. Eran nubes preñadas de una tormenta que Bartolo, como siempre, supo predecir horas antes.

-Viene tormenta, Kaaarlitos.

     Miré al cielo con los ojos bien fruncidos para protegerme del viento y de un sol vertical de medio día que aún colgaba de un cielo totalmente despejado y que parecía reírse con su mera presencia de la predicción. Miré luego a Bartolo. Al cielo otra vez.

-¿Tormenta?...
-Sí, Kaarlitos –insistió sonriendo.
-Pero…
-Luego me dices –añadió riendo mientras se alejaba con el balanceo de los hombres de la selva.

     Poco después se nubló, el día se hizo noche mientras el viento arreciaba silbando fuerte en los oídos e inclinando las palmeras en un gesto que parecía un saludo, una reverencia. “Pinche Bartolo, no falla una”, pensé y me senté a esperar la tormenta. El viento paró de súbito, como si alguien hubiera cerrado una puerta. Las cortinas dejaron de agitarse en las ventanas y quedaron sonsas, colgando inmóviles como pintadas en un lienzo. Quedó un silencio falso, como de susto, y un ambiente espeso que erizaba el vello y anulaba el tiempo. Todo bicho viviente se metió vaya usted a saber dónde…y llegó el aguacero. Primero como tempestad, con un válgame dios de aguas y vendavales que borraba los contornos y aturdía las mentes. Luego, más calmado, como un chubasco chiquito, que terminó de limpiar el aire y las superficies de tanto polvo y tanta sal incrustados por los vientos de las últimas semanas. Ahora, llueve quedo.

     Poco a poco vamos aprendiendo el arte de olfatear en la brisa de la madrugada las lluvias, calores o vientos que cada día nos reserva, aunque sabemos ya que para predecir tormentas es mejor, a veces, mirar al suelo. Miles de hormigas se ordenan en prefectas filas y salen apresuradas de los manglares, como trotando, y van ramificando sus caminos sin que ningún obstáculo pueda cortarles el paso hacia zonas más elevadas. La primera vez que encontré la fachada de la palapa cubierta por una enredadera negra y viva de miles y miles de hormigas casi me da un soponcio. Ya me había acostumbrado a la visita periódica de todo tipo de habitantes menudos de la selva. Mapaches, zorrillos, puerco espines, zarigüeyas, murciélagos, alacranes, culebras y cangrejos azules enormes como hogazas de pan, campan confiados y a sus anchas por dentro y por fuera de la casa, en buena vecindad, sin dar más molestias que algún que otro susto, por otra parte mutuo. Sin hablar de las miríadas de insectos que cada noche se congregan al rededor de las bombillas para ser devorados por salamanquesas con manitas de niño que terminan cayendo al suelo con un ruido seco cuando no soportan ya el peso de su propia panza. Pero aquel tropel de hormigas me pareció excesivo, casi ofensivo. “No se ande preocupando, están de paso”, me aclaró Fredi con su habitual flojera, cuando me vio patidifuso frente a aquel infinito ir y venir de hormigas. “Vienen huyendo de la lluvia. Al rato ya no están más aquí”. Aquella vez me abstuve de preguntar a qué demonios de lluvia se refería. Me limité a dar por bueno el pronóstico y recoger la ropa que tenía tendida al sol. Pocas horas después comenzó a llover torrencialmente. Para entonces, por supuesto, no quedaba una sola hormiga en los alrededores. Estuvo lloviendo sin parar durante tres días.

     Otras veces la tormenta no avisa y te descarga encima de súbito, como a cubetazos, dejándote empapado y con cara de paisaje, preguntándote de dónde salió tanta agua de repente. He llegado a ver lluvia vertical, diagonal, horizontal,… incluso lluvias sin nubes en el cielo, con un sol de treinta grados. Y entonces uno no puede evitar imaginarse a alguien allá arriba abriendo y cerrando grifos, pasándoselo en grande al ver el desconcierto de estos bípedos medio mensos que debemos parecer desde las alturas.



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     Llueve quedo en Madrid. Y como en cualquier otro rincón del mundo, la lluvia tiene algo de renovación, de limpieza. Y sin embargo… se siente diferente. En las ciudades uno tiende a guarecerse de la lluvia, a contemplarla tras una ventana, a buen recaudo. También aquí la lluvia induce a la interiorización, a la reflexión, pero… se siente diferente. Se encoge el gesto, se abraza uno a sí mismo como protegiéndose de algo. También cambia el murmullo. Es metálico, un repiqueteo de tuberías y cristales que no acalla el sonido del mundo. Nada puede acallar el arrogante latir de una ciudad.

     Como ya sabrán, muchas cosas han cambiado en estos últimos meses. Al menos para uno. Ha cambiado, sobre todo, el escenario. Tuvimos que desmontar una vida recién estrenada en el paraíso, donde el horizonte, el mar, la selva y el cielo son enormes, inabarcables, un continuo telón de fondo. Donde encuentra uno estrellas al barrer bajo la cama. Donde la soledad induce a la buena vecindad, a valorar al prójimo como a un tesoro. Ahora busco el horizonte, las nubes, las estrellas, en las estrechas tiras de cielo que nos concede tanto edificio junto… tan apretados, y aprendo de nuevo a caminar entre multitudes y gentíos,… esquivando, sorteando, miles de caras desconocidas. Tan apretados…

     Sin embargo, bien mirado, sólo cambia eso. La aventura es la misma. El cambio… la vida. De nuevo me di un atracón de despedidas, de desapegos. De nuevo el miedo se sentó en mis rodillas. Otra vez tuve que aprender cosas que creí que ya sabía. Nada, nunca, es lo mismo. No existe la repetición. Porque la vida es cambio. Porque yo no soy el mismo que se fue. O sí,… pero diferente.

"No cesaremos de explorar
y el final de nuestra exploración
será llegar a donde empezamos
y descubrir ese lugar por primera vez."

T.S. Elliot

     Así me ha pasado un poco. Regreso al lugar de partida a aprenderlo de nuevo… a verlo todo con otros ojos, desde otro yo. A descubrirlo, de alguna forma, por primera vez. Me reencuentro con mi gente y con mis calles. Pero todo es nuevo. Mis nostalgias y mi presente se intercambian. También, en un instante, mis prójimos se viceversan. De pronto, los que eran mi día a día habitan en mis recuerdos y aquellos que habitaban mi memoria son hoy mis cotidianos… otra vez.

     Vuelvo a aprender que no hay fin, sólo camino. Y aprendo otra vez, por ejemplo, que la vida nos reserva siempre más sorpresas de las esperadas… tal vez por eso precisamente sean sorpresas. Tal vez en eso consista la vida. Una vez leí que un futuro que merezca la pena ha de ser, a la fuerza, un futuro incierto… quién sabe. Quizás un corazón inquieto como el que late acá adentro no pueda aspirar a otra cosa.

     La vida nos da sorpresas…Unas son dulces. Otras amargas. De todas, de una forma u otra, aprendemos. Que sea para bien o para mal, depende exclusivamente de nosotros. De cómo lo queramos ver. Yo, de nuevo, soy feliz. Moderadamente,… dentro de márgenes. Nada que deba disparar alarmas o preocuparles a ustedes. No creo que tenga más razones que cualquier otro para serlo. Simplemente, en su momento, decidí enamorarme de la vida. Aceptar sus retos, sus sorpresas. Aunque a veces me rompan la cara y los sueños en mil pedazos.

     Nada ha acabado. No hay final, sólo camino. Es, si me permiten el símil, un capítulo más. Permítanme tomar aire, terminar de lamerme las heridas. Más pronto que tarde prenderá en nosotros la ilusión de otra locura y zarparemos de nuevo. Tal vez sin movernos de aquí. Quizás para irnos muy lejos. Da igual, disfrutemos hoy. El futuro es incierto, recuerdan?

     …y hoy llueve quedo en Madrid.




Baamul, junio de 2008 / Madrid, Febrero de 2009

1 dejaron su rastro...:

Lila Biscia

y cuando lo leí, por un momento pensé que eras argentino.
yo nací en el 76, cuatro meses despues del inicio de la dictadura. hija de padres militantes. y en la memoria, como en el fondo de la memoria, estan grabadas las historias que pasaron por mi lado, sin saberlo conscientemente.
fue un relato muy sensible, realmente muy sensible.
y te mando mis sonrisas, claro
allá te van, que llegan... :)

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