"De alguna manera esto que os cuento me ha sucedido".



miércoles, 13 de octubre de 2010

6. A veces... veo caras.


          “En ocasiones un tacto vale más que mil palabras…
         ... más que todas las palabras.”

     Siempre que me han hecho la pregunta “¿de qué te gustaría trabajar…?” he sido absolutamente incapaz de encontrar una respuesta adecuada. Es decir, una respuesta que case con el mundo en que vivimos. En realidad tengo una opinión muy clara al respecto,… desde hace muchos años. Pero no es algo que suela ser convencionalmente aceptado. En contra de lo que intentaron inculcarme o de lo que se espera de cualquier persona mínimamente razonable, no ha habido nunca ningún trabajo que me haya apetecido realizar. Nunca. Ninguno. Cero.

     Hay, sí, infinidad de actividades que me gustan, me llenan, que disfruto, de muy diversa índole, pero cuando adquieren un cariz laboral… mi relación con ellas suele cambiar indefectiblemente. De hecho, hasta hace muy poco, he intentado no mezclar mis pasiones con el trabajo. Estoy profundamente convencido de que el estado natural del ser humano es el ocio, estar de vacaciones si se quiere decir así, y todo ese asunto de que el trabajo es saludable o algo que dignifica a la persona me ha parecido siempre un error de bulto, cuando no otra gran mentira que nos han insuflado en los genes para que este insostenible sistema, tan alejado en esencia de lo que somos, siga funcionando.

     El trabajo no es salud. Es otra cosa.

     Tan a fuego nos han marcado los supuestos parabienes del trabajo que resulta sencillo oírnos decir barbaridades como “soy profesora, soy secretario, soy bombero, oficinista o directora de una agencia bancaria, soy albañil, repartidor de periódicos o cocinero”. Me da igual la ocupación, pero… “¿Soy?”... no. Pienso que somos muchas cosas o quizás muy pocas, no sé… pero no somos eso en lo que trabajamos, al menos en principio o como norma general. ¿Soy?... no, semejante identificación me parece un extravío.

     Desde los 13 años hasta hoy he vendido porciones de mi tiempo realizando casi cualquier tipo de trabajo que puedan ustedes imaginar. Normalmente me han preocupado más el horario y el sueldo que la actividad en sí. No me importó mucho hacer cualquier cosa siempre que me dejara luego el suficiente tiempo para mí. Desde llenar sacos de arena o repartir papelitos de “compro oro”, a lidiar con las tecnologías más rabiosamente avanzadas de las telecomunicaciones, pasando por vender enciclopedias a domicilio, jugarme la vida en una motito ocho horas al día durante dos años como mensajero o metalizar piezas de barco en un polígono industrial de Madrid. Sí, de Madrid,… a unos 400 km del mar más cercano. Delirante, ¿no?... En todos los oficios aprendí mucho, si no de la vida, sí de esta vida que se espera que aceptemos sin muchas preguntas al respecto. A todos también supe adaptarme y en todos supe disfrutar de alguna manera de ese tiempo perdido para uno mismo que es, a la sazón, la jornada laboral. En unos más que en otros, claro… pero de todos recibí algo a cambio de esos trocitos de vida que se extraviaron en el trueque. En todos, eso sí, reafirmé mi sentir. Me van a tener ustedes que perdonar,… pero no, no me gusta trabajar.

     “Ganarse la vida”… Así lo llamamos.

     Ahorita, por favor, paren un momento y, antes de seguir leyendo, reflexionen sobre la expresión unos instantes... “Ganarse la vida”.

     ¿Ya?... ¿lo cogen?... ¡ganarse la vida!!... horrible, ¿no?

     Supongo que me explico…


     Alguien, por lo general desconocido, llega a mi sala. Me presento mientras tiendo la mano, que es siempre estrechada como anticipo de lo que sigue. La sala está perfumada por el incienso o algún aceite esencial. La luz es tenue. Siempre hay alguna vela encendida suavizando el ambiente y la música induce a la calma. La persona se desnuda, se acomoda en la camilla y… empezamos. Así comienza mi jornada laboral.

     Desde hace unos años, y ya que, como hemos acordado, hay que ganarse la vida de alguna manera, me dedico a dar masajes y a impartir lo que podríamos llamar clases de gimnasia energética o, más familiarmente, clases de yoga. Vale decir que soy masajista y profe de yoga. Son dos actividades que formaban ya parte de mi vida cotidiana antes de convertirse en mi oficio. Dos actividades que disfruto profundamente y que entraron en mi vida hace ya muchos años en un momento de búsqueda existencial, una búsqueda de respuestas imposibles y cierto autoconocimiento básico. Cuando la búsqueda acabó, la gimnasia energética y el masaje se instalaron de forma natural en mis días como herramientas que hacen mi vida mejor y, a la postre, por las revueltas que te pega la vida, como mi sustento.

     Dar masajes en una sociedad en la que el tacto es aún una suerte de tabú, en la que los besos se dan al aire en vez de en la mejilla y cabe un mundo en el espacio que se deja en un abrazo, es andar jugando siempre en una cuerda floja apasionante y deja un buen número de anécdotas y situaciones hilarantes. Un masaje es siempre, por otra parte, un paréntesis, un espacio entre dos y un acto de confianza e intimidad donde entran en juego, se intercambian, un mundo de sutilezas, sensaciones y emociones. Un masaje, según yo lo entiendo, es mucho más de lo que en principio podría parecer. Algo más que unas manos movilizando músculos y recolocando huesos. Y es ese espacio sutil, inasible, lo que hace del masaje algo apasionante y en mi opinión donde reside realmente su poder sanador.

     Todo eso depende, por supuesto, de cómo se acerque el cliente al masaje, pero sobre todo, de la actitud del masajista. Tengo compañeros que dominan magistralmente diferentes técnicas de masaje y que trabajan como si amasaran pan o preparan la mezcla para poner ladrillos. Para mí es algo más que dominar una técnica o conocer de forma exhaustiva la anatomía humana. Comienza con ese primer contacto al estrechar la mano del cliente, y el entorno se me hace tan importante como el acto en sí. Si se trabaja con esa intención, con ese amor, es cuando se genera el espacio para que todo lo que un masaje puede aportar funcione. Así, hay veces que simplemente con posar las manos suavemente sobre el cliente y dejarlas ahí, quietas, dejando que el intercambio suceda, se puede percibir cómo la persona se relaja, se ablanda, cómo de pronto las tensiones se diluyen, las caras cambian, se redondean las esquinas… y la belleza aflora. Sólo con eso. Un tacto. Un roce.

     Es realmente interesante observar cómo la cultura del masaje se va incorporando poco a poco en nuestras vidas y muy divertidas las situaciones que a veces genera esta nueva forma de cuidarse o disfrutar, de acercarse al propio cuerpo de una forma amable, abierta, diferente. Cómo los clientes van utilizando con más o menos fortuna ese lenguaje, esa parafernalia, que rodea al mundo del masaje o la anatomía. Tengo, por ejemplo, una clienta que me suele pedir que le recoloque los lumbagos y otra, ya viejita, que a veces me dice “hoy las ciáticas me están matando” mientras se busca por el cuello un dolor incierto y hace morisquetas con la cara. Igual te piden, en lugar de un masaje “descontracturante”, un “contractural” o un “desestructurante”, como si quisieran que les firmes un contrato o les desmorones el esqueleto. No hace mucho que una nueva clienta, no sé si muy confusa o muy exigente, me espetó “quiero un relajante, que sea revitalizante… y un poco anticelulítico”. Claro, no queda más remedio, con el tiempo uno aprende a descifrar esos pequeños trabalenguas y, a la vez, a controlar las ganas de partirse de risa.

     Otras se aventuran al masaje a pesar de los viejos tabúes y se tumban en la camilla con sus bañadores de cuello alto, espalda cerrada y pernera hasta las rodillas. Con calcetines… claro. O te piden un masaje sólo de cabeza “Pero procura no estropearme mucho el peinado”…

     Luego, por supuesto, están los inevitables… equívocos. La última vez, no hace mucho, me sucedió con un hombre. Llegó hecho un verdadero pincel, con un traje bien planchado, zapatos caros y un bote de gomina en el pelo… con todo y corbata. Incluso casi desnudo, sólo con el albornoz, seguía pareciendo un marqués. Luego, una vez bocabajo en la camilla, tardó apenas dos minutos en echarme mano a la pantorrilla. No casualmente, digamos con suavidad pero con decisión. Yo no dije nada. Me limité a clavar un poco más de lo habitual los pulgares en sus costillas. Sólo un poco. No hizo falta más. Él, como un señor, se volvió a relajar y el resto del masaje fue de lo más normal. Lo intentó y se equivocó… ambas cosas elegantemente. No hay problema. Como decía Serrat “…y si la caga haga el favor de engalanar la boñiga, que admirado el mundo diga: qué lindo caga el señor!”

     A lo largo de los últimos años he dado ya unos cuantos miles de masajes en todo tipo de cuerpos que pueda uno imaginar. Sin embargo, todavía, cada masaje es algo nuevo. Un misterio hasta que sucede. Eso es lo apasionante. Si uno se deja envolver por ese misterio apenas sí hay rutina, cada día es como el primero.

     Por otra parte, el cliente lo nota. Cuando dejas que el momento sea, que suceda,… si estás ahí, el intercambio es inevitable. Y el cliente, de una forma u otra, lo percibe.

     Me han agradecido de muchas maneras espontáneas un masaje. De pronto, alguien completamente desconocido, te da un abrazo de esos, se echa de pronto a llorar o te besa con cariño. Me han llegado a decir cosas como “no recordaba que un hombre pudiera tocar así a una mujer”, “ha sido mejor que el sexo” o simplemente “joder, qué manos tienes”. Pero en realidad, la mejor de las recompensas es ver el cambio que se produce en la persona. Cómo cambia la expresión, cómo cambia su energía, su actitud, su intención… su estar.

     Uno sabe normalmente cómo empieza un masaje pero es habitual que se desarrolle o termine de forma inesperada.

     Hace un par de semanas llegó a mi sala una señora de mediana edad, pidió un masaje descontracturante y se tumbó en la camilla. Nada más ponerle las manos encima empecé a sentir unas ganas locas de reír. Desconcertado, intenté controlarme respirando profundo, conteniendo la respiración… pero todo fue en vano. Una euforia telúrica, ajena y bestial me invadía sin explicación alguna. Si interrumpía el contacto de mis manos con su cuerpo, la sensación se relajaba, sólo para explotar de nuevo cuando volvía a tocarla. Así me pasé todo el masaje, intentando no prorrumpir en carcajadas, feliz como un idiota, perplejo. Al acabar me felicitó por el masaje y con las mismas se fue, dejándome patidifuso y exhausto, llevándose consigo ese don, seguramente desconocido, de conceder la euforia y la risa a discreción, con el mero tacto de su piel.

     Otras veces las sensaciones son más negativas, o ve uno imágenes que le resultan a la vez prójimas y ajenas en el curso de una sesión. Otras, simplemente, no pasa nada.

     Pero lo más inquietante de todo quizás sea el fenómeno que me ocurre a veces con la cara de mis clientes.

     Supongo que se habrán fijado ustedes alguna vez en que las caras no son, casi nunca, exactamente simétricas. Las mitades izquierda y derecha suelen casar perfectamente… sin dejar de tener ciertas diferencias. Yo por ejemplo tengo una mitad, digamos un poco más triste que la otra. La expresión cambia, si tapamos una mitad u otra.

     Algo similar ocurre cuando miramos una cara del revés, es decir, dándole la vuelta, lo de arriba abajo. De pronto, una cara conocida se nos puede hacer extraña o viceversa. Surgen rasgos o expresiones ocultas que estaban ahí… pero no.

     La cosa es que, trabajando con gente y caras completamente desconocidas, que de ninguna manera me recordaban a nadie, he tenido visitas inesperadas. En un momento del masaje, normalmente cuando me coloco en la cabecera de la camilla para trabajar en el cuello, los hombros o la cabeza, de pronto, súbitamente, se me aparecen personas a las que, de una forma u otra, amo. No es que estén ahí como en un parecido leve. Más bien se podría decir que están como una aparición. Están. De alguna misteriosa manera.

     La primera vez que me ocurrió me quedé inmóvil, patidifuso, perplejo. Luego, algo asustado, estuve cambiando mi posición durante un rato, observando alelado cómo al moverme, la cara se transformaba en mis narices. Ahora un rostro desconocido, ahora un rostro querido. Acepté entonces el misterio y seguí con el masaje sintiendo nítidamente, no a la muchacha que tenía tendida en la camilla, sino a Amaia, una amiga muy querida que en esos momentos debía de estar durmiendo plácidamente a unos nueve mil kilómetros de distancia, en Iruña. Al acabar, aquella gringa, de unos veinte años, se levantó en silencio, me miró emocionada y se abrazó a mí durante un buen rato. Luego, igual sin decir palabra, volvió a mirarme a los ojos y se fue. Yo me quedé pensando: “Buen masaje te llevas, hermosa. El que le hubiera dado a Amaia”.

     Desde aquel día ha seguido pasándome con cierta frecuencia y siempre con la misma intensidad. Ya no me asusto. No sé por qué sucede, cuándo va a pasar ni he convocado nunca a nadie. Es algo espontáneo. Siempre me sorprende y sigo sintiendo un brinquito en el corazón y un vértigo breve cada vez que alguien querido viene a verme de esa forma tan marciana. Son muchas las personas que han pasado así a visitarme. Vivas, muertas, cercanas o lejanas. Hay incluso quien ha repetido. En cualquier caso es siempre una experiencia especial y encantadora, para mí y para quien está en ese momento físicamente en la camilla. Siempre, sin excepción.

     Es algo difícil de explicar. Me fallan las palabras para transmitir la intensidad de esas presencias, su realidad, y las sensaciones de certeza, de cariño y contento, que experimento cada vez.

     Tampoco le busco más explicación. Hace mucho que aprendí que no hace falta saber el por qué de las cosas para disfrutarlas plenamente, de la misma forma que podemos disfrutar del aroma o la belleza de una flor sin conocer su nombre.

     Cuando era un muchacho estudié Ciencias Físicas para saber por qué ocurren las cosas, por qué se caen, por qué las gotas son esféricas o qué tan grande es el universo… Más tarde me sumergí en búsquedas más inciertas, en disciplinas y filosofías de todo pelaje y color, buscando respuestas más sutiles. Todo eso me hizo, quizás, más sabio… pero no necesariamente más feliz.

     Ahora me basta con saber que las cosas pasan, con estar lo suficientemente alerta para percibirlas, para disfrutarlas, e intentar sacarle a cada suceso su enseñanza. La vida es un misterio que no voy a tener tiempo para descifrar. De eso soy ahora consciente. Pero les aseguro que voy a hacer todo lo posible por disfrutarla. No deseo más magias que las que me ocurren, más milagros que los cotidianos ni más explicaciones que las que mi experiencia personal sea capaz de brindarme. Me basta con el mundo que abarcan mis brazos y mis anhelos. Pero a nada me cierro. Me abro a que todo suceda y lo admito todo como plausible. Acepto mi ignorancia y acepto el misterio. Sigo subiendo a los montes, me extravío aún en los valles y me cabe ya dentro el mar… Qué más se puede pedir.

     Al final, o mejor dicho, de momento, vinieron a fundirse mis pasiones, los misterios y el asunto laboral. Y la verdad, no es mala cosa. Durante mucho tiempo me resistí a ello… No quise, digamos, prostituir mi pasión. Pero, visto lo visto, prostituirse un poco, tiene sus momentos dulces.

     Y, a veces, cuando menos me lo espero… veo caras.


Madrid, 10 de Octubre de 2010.



26 dejaron su rastro...:

Ana A.

Mmmmm ... es curioso, yo disfruto trabajando, tal vez lo lleve tan interiorizado que me lo creo y todo jejeje. Elegí trabajo-vocación y cuando lo hago, disfruto.

Besos besos.

Puck

Para no gustarte trabajar describes el trabajo de una forma apasionante :-)
A mi me apasiona mi trabajo. Quizás demasiado y quizás cada vez menos. Y quizás por eso a veces me pregunto qué quedaría de mi sin él. Quizás por eso he vuelto a escribir solo por pasión.
Me ha encantado este relato doble
Saludillos, con la mano tendida y apretando fuerte

Susana Pérez

Probablemente por la etapa de la vida por la que estoy pasando coincido con muchas cosas de las que describes.
Ganarse la vida no lo entiendo como una búsqueda de trabajo para ser feliz, sino como una búsqueda de tu ser para ser feliz.
El trabajo puede ser un medio, pero no un fin. Si se tiene la suerte de que te permita conocerte y crecer, bienvenido sea.
Besos en la mejilla

Mon

Yo trabajo con la gente, estoy en contacto todo el tiempo con personas...contacto verbal, visual...con algunas hay algo más de confianza y desde mi puesto, que es mucho más alejado que el tuyo, puedo ver el cambio en esas personas que van a cuidarse con un masaje, entran con una cara y a la salida no hace falta preguntarles nada, se ve todo en sus gestos, en su forma de caminar...ni qué decir tiene la amplia sonrisa. El otro día salió una persona de las habituales, acababa de recibir un masaje...y cuando estaba pagando con alegría me espeta: "lo mejor del masaje ha sido ese momento en el que me ha puesto las manos sobre la espalda, buscando conexión...la he sentido y él también...ha sido el mejor masaje de mi vida".
Como siempre, gracias por contar las cosas de la vida de una forma tan sencilla, tan cercana y tan bella.
Besos en las dos mitades de tu cara.

Maria Coca

Pienso como tú. Al trabajo se le suele dar el primer puesto en esta sociedad tan desnaturalizada en ocasiones. Y debe serlo sólo como forma de ganarse la vida. Pero sí... la vida es otra cosa...

Un beso con sabor otoñal.

Ana Belén García Sánchez

Gracias por compartir este pedacito de tu vida. Cuando hablas trasmites paz, equilibrio y armonía. Me gusta leerte y coincido contigo en que no somos en lo que trabajamos. Yo aún estoy en busqueda de mi sitio y de esa paz, que a veces pienso huye de mi.
Conseguiste que se me erizara el vello con tus masajes.
El otro día mirándome al espejo vi una cara sobre la mia que no reconocí, me asusté y no he vuelto a buscarla.
Un abrazo desde dentro y un beso estampado en la mejilla.
Ana.

Chula

Cuando me preguntaba qué iba a ser de mayor, ignoraba que mi respuesta era una clara señal de que no tenía ni la menor idea (quería ser Indiana Jones en versión femenina). Luego intenté no ponerme nerviosa y esperé a que la solución me apareciera como lo hacen las ganas de comer. No fue así. Empezaba a creerme que en verdad el trabajo era un castigo divino cuando no tuve más remedio que elegir uno. Llevo una década en el mismo lugar y confieso que para mi es una obligación más, no me inspira pasión alguna. Tal vez, ha influido mi incapacidad por construirme el mundo que deseaba, mi mundo, y he dejado que me devorara la inseguridad la cual me ha conducido al mínimo espacio que ocupo. Ahora busco aprender a disfrutarlo.
Leerte ha sido todo un placer, incluso mi dolor de espalda matutino se ha evaporado gracias a tu texto: un masaje hecho palabras.
Besos.

Ojosnegros

A mí tampoco me gusta trabajar ni lo más mínimo, cada vez menos. Me encanta lo de Amaia, jajajajaa. Eres buenísimo, me has hecho reír mucho. Besos.

Kum*

A veces no sé qué placer es mayor. El de escribir o el de leeros.

De corazón... gracias.

...y un beso.

Odile

Fuí educada con la frase "ganarás el pan con el sudor de tu frente" así que decidí que si el trabajo tenía que formar parte de mi vida debía dedicarme a un trabajo que me llenara. Todavía no lo he encontrado pero mientras he ido llenando mi vida con otras cosas realmente importantes. Sin embargo, siento que cada vez estoy más cerca porque todos me llevan a lo mismo a descubrir mi ser a través de los seres humanos a los que acompaño en sus procesos de cambio. Dar masajes es una forma muy directa de conectar con las personas, disfrutalá.

Kum*, un beso que quiere que le regales un masaje

Javier Domingo

He sentido el masaje mientras leía. Te sigo :)

Unknown

Un verdadero pot ejemplar has presentado.
Una joya de discurso acerca del trabajo y el masaje, del cual aportas una profunda mirada.
En cuanto al trabajo puedo decirte que millones estarían de acuerdo en vagar en la contemplación antes que dar un sólo golpe laboral. Aunque hay trabajos que por lo fascinantes dejan de ser tediosos las más de las veces, y por lo mismo hay muchos llamados y pocos elegidos. Y ni son todos los que están ni están todos los que son. Ejemplarizando : Actor,corredor de autos,catador de vinos,pintor.
etc. Jamás ves anuncios en los diarios solicitando quien ocupe éstas posiciones, y si los llegas a ver generalmente son parte de un engaño.Siendo aún inocente en éstos menesteres un día acudí a un anuncio que solicitaba todo tipo de artistas y creativos para importante empresa que requería sus servicios, y resultó ser un tipo que pretendía que quienes asistimos a ésta convocatoria le diéramos servicios de vendedores de clases de inglés. Tuve el placer de soltar mi opinión expresándole que no me parecía que bajo el supuesto de que quienes nos dedicamos al arte estamos para tomar cualquier empleo, se tomase la atribución de engañar a los presentes; que más valiera que fuése honesto y ofreciése la labor a vendedores y quienes llegasen sí tendrían interés en su propuesta. Que yo sí era actor y no le agradecía ésa falsa oferta de trabajo.Y que si alguien tenía dignidad saldría de ahí a la vez que yo. La mayoría lo hicieron.
Finalmente la expresión verbal es una herramienta para sobrevivir, especialmente en la escritura donde aunque a veces no esté uno en la exacta configuración mental para ejecutar en forma óptima, llega uno a comprender misterios de la mente y del ser en constante proceso que forma la condición humana.
Al igual que tú y muchos más me siento fuera de planeta. Ni modo,tenemos que pagar los errores de aquellos astronautas del pasado, y hacer lo mejor posible en la existencia terrestre.

geminis

hola pase por auqi, y me gusta tu punto de vista, en lo personal me gusta como "me gano la vida" ja en verdad lo disfruto mucho y me divierte lo que hago.
saludos y un besito de México

puri.menaya

Tal como describes tus masajes, me gustaría recibir uno de tus manos...
Y me alegro de que por fin "te ganes la vida" con una actividad que también te proporciona muchas satisfacciones. No todos podemos decir lo mismo y por eso llenamos la vida con otras cosas que nos definen más que nuestro trabajo.
Un beso intenso y revitalizante como tus masajes.

Unknown

lo del trabajo es salud lo decimos los que si no lo tendriamos, estariamos enfermos. Pero sí es cierto que hay que mantenerse activa, si yo tubiera dinero en el bolsillo sin trabajar, no pararia en todo el día, un saludo

Maga h

Nada que agregar. Pienso exactamente de la misma manera, y cuando mas licencias me doy para el ocio, mas convicciòn tengo de que es mi mejor estado. El natural. Mas creativa y libre me siento.
Ahora bien, no es para cualquiera, hay quienes no se atreven a èl por el simple hecho de encontrarse con el propio vacio existencial que puede llevarlos a la locura.

Viva los vagos!!! los que podriamos vivir mirando el mar!

PazzaP

Primera cosa que te leo Kum*.

Creo que me acabo de enamorar de ti...

Javier

Yo sé por experiencia que la ociosidad y la ausencia de trabajo forman un estado muy parecido a la enfermedad.

No sé de ningún mamífero que no trabaje. Los castores construyen presas, los monos recolectan fruta, los lobos cazan... en fin, supongo que es lo natural.

Un saludo.

Patricia

Bueno, hasta la fecha nadie al final de sus dias dijo "ojala hubiese estado mas tiempo en la oficina" je je A todo su prioridad, con calma y con claridad...es solo el medio no el fin...
saludos,

Allek

cierto... aveces el tacto vale mas que....

Humberto Dib

El concepto del trabajo va cambiando según los años, cuando era adolescente lo odiaba, luego lo acepté, hoy con 50 años volvía a odiarlo.
Un cariño.
HD

eva-escorts en madrid

Llevo ya unos años que se ha ciencia cierta que no disfruto trabajando, pero si me paro a pensar en pasado antes tampoco disfrutaba y creía que si. ¿ganarme la vida? me has hecho pensar en la frase y la vida la gané cuando nací ahora lo que hacemos cuando trabajamos en engordar la cuenta corriente de los dioses terrenales que nos tienen esclavizados para su enriquecimiento y nos manipulan como autómatas. Necesito que esto cambie yaaaaa.

LA FEMME

como saguirte,ya que no hay casillero de seguidores?
no quiero olvidarme de este blog,de tu forma de pensar y ver la vida...no quiero...
besos

LA FEMME

"saguirte" en porteño seria seguirte,ajajaja....

Manuel

Creo que cuando uno encuentra su vocación todo fluye. Pero nos meten miedo. La mayoría piensa que es imposible ganarse la vida haciendo lo que ama. Yo creo que es nuestro deber saber que nos gusta, que nos enciende y compartirlo. Si no, ¿Para qué vivimos? La etimología de trabajo es Trepalio que significa tortura, menuda coincidencia.

A.Torrante

Te leía y notaba ciertas coincidencias. Si tuviera que hacer mi CV, tendría que mandarlo a imprimir a una editorial. Pero a diferencia tuya, me gusta trabajar, aprender algo nuevo, luego sí, me suele suceder que una vez aprendido, me aburre.
Pero por eso te pagan, lo otro se llama ocio y es gratis.

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